Por Lucas P. Lazzaretti y Andrés Roberto Albertsen
El comunicado de la Nunciatura Apostólica con el que se anunció la rehabilitación de Ernesto Cardenal en sus funciones ministeriales y por lo tanto su reincorporación plena a la Iglesia Católica no pudo haber llegado en un momento más agónico. La suspensión fue aplicada en 1984 por el Papa Juan Pablo II y por el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y futuro Papa, Joseph Ratzinger. Una suspensión que fue igualmente aplicada a otros propulsores latinoamericanos de la teología de la liberación, como Miguel D’Escoto, Fernando Cardenal y Leonardo Boff y que tuvo su adelanto en la censura y reprimenda que recibió de parte de Juan Pablo II en su visita a Nicaragua en 1983. Enorme el valor simbólico de la imagen de un sacerdote de rodillas viendo cómo se agita el dedo papal frente a su rostro.
El simbolismo de aquel momento se extiende hasta el presente y amplía los términos de una agonía en la que están en disputa dos posiciones muy difíciles de conciliar. Ernesto Cardenal fue suspendido en sus funciones ministeriales por su compromiso con la teología de la liberación, que creía que el verdadero cristianismo tenía que estar unido con el combate a la pobreza, la opresión política y la desigualdad social. Asociando al cristianismo con teorías marxistas y un compromiso político, la teología de la liberación surgió – ¡y sólo podría haber surgido! – en América Latina en la segunda mitad del siglo XX, cuando diversos países sufrían dictaduras orquestadas por intereses capitalistas e imperialistas. En la Nicaragua de Cardenal, la dictadura de la familia Somoza, con apoyo de Estados Unidos, se mantuvo en el poder por cerca de 40 años, hasta ser confrontada por la Revolución Popular Sandinista, de la que formaba parte Cardenal. Los partidarios de la teología de la liberación percibieron desde el principio algo muy simple: si la pobreza debe ser combatida, entonces los gobiernos que perpetúan y profundizan esta pobreza también deben ser combatidos, razón por la cual es preciso involucrarse e involucrar al pueblo. La victoria de la Revolución Sandinista en 1979, sin embargo, intensifica un problema fundamental. La guerra fría aún estaba vigente y la victoria de una revolución socialista en América Latina significaba una amenaza para los intereses de Estados Unidos.
Cuando Juan Pablo II agita su dedo frente al rostro de Cardenal y cuando la suspensión es finalmente aplicada, no sólo se expone a la luz un debate teológico. Al mismo tiempo que suspende algunos sacerdotes, acusándolos de tener una militancia política, la Iglesia Católica asume una clara posición política en aquellos últimos años, momentos de la Unión Soviética.
Después de 35 años, la Iglesia Católica determina el fin de la suspensión de Ernesto Cardenal y no faltan pronunciamientos sobre el Comunicado de la Nunciatura Apostólica de Nicaragua. Tanto entre quienes están más directamente involucrados con las cuestiones internas de la Iglesia Católica como entre quienes observan las acciones eclesiásticas con cierta distancia se han visto pronunciamientos a favor o en contra de esta rehabilitación. Como es obvio, los sectores más conservadores de la Iglesia Católica, los mismos que suelen criticar al Papa Francisco por su posición supuestamente más social y “progresista,” consideran que el fin de esta suspensión es un absurdo. Esos sectores conservadores afirman que el padre nicaragüense nunca realizó un mea culpa ni declaró con vehemencia que se arrepentía de sus participaciones y posiciones políticas pasadas.
En suma, Cardenal nunca se disculpó por haber sido uno de los creadores y propagadores de la teología de la liberación, por haberse comprometido políticamente y por haberse acercado al socialismo y al comunismo y, por consiguiente, por haber sido lo que los conservadores consideran como una aberración: un “padre marxista.” Esta crítica propagada por lo que sería una “derecha católica,” formada por miembros del clero y por un determinado sector de los fieles, es al menos coherente con sus propias convicciones. Esta derecha conservadora, como toda “derecha conservadora,” se escuda en una supuesta apoliticidad para garantizar su propia posición política. La coherencia de esta derecha conservadora no sorprende. Era de esperar que reaccionara con dureza en contra de la rehabilitación de Cardenal.
Lo que es extraño y preocupante, sin embargo, es la reacción de representantes de ciertas “izquierdas,” sobre todo aquellas vinculadas con la teología de la liberación. Es extraño que no hayan reparado en el contenido del Comunicado de la Nunciatura Apostólica. Preocupante porque esta ausencia de percepción podría demostrar dos cosas: que esta izquierda se ha vuelto ingenua en sus relaciones con la realidad social y política, ignorando su propia posición, -y por lo tanto ignorante de su posición, o que se ha convertido en algo pasteurizado y domesticado, lo que significaría decir que ya no es más izquierda. Las celebraciones, felicitaciones y regocijos en torno a la rehabilitación de Cardenal no parecen percibir dos puntos fundamentales de lo que se expone en el Comunicado de la Nunciatura Apostólica: a) los términos y el contenido del mismo; y b) el momento en que el comunicado se produce.
En lo que se refiere al primer punto, hay que comprender lo que pasa en América Latina. En las últimas décadas, América Latina, tras haber dejado atrás la amenaza dictatorial y haber acogido la democracia, alcanzó cierta estabilidad en términos políticos. Esta estabilidad permitió que algunos países transitaran un camino que llevó a la elección de partidos de izquierda. La teología de la liberación tuvo cierta participación en este camino, como lo demuestra el caso brasileño, donde las comunidades eclesiales de base fueron fundamentales para la creación del Partido de los Trabajadores (PT), el cual fue elegido en 2002 y permaneció en el poder hasta el “golpe” legal de 2016. Venezuela, Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador, entre otros, son otros ejemplos de que la izquierda venía ganando espacio, aunque muchas veces las realizaciones concretas de los gobiernos electos no representaron completamente un ideario de carácter social. Este “giro a la izquierda,” como lo definieron algunos expertos, perdió fuerza cuando comenzó a ser sustituida por un retorno de ideales conservadores y por la vuelta al poder de intereses neoliberales. En el caso específico de Nicaragua, el país de Cardenal, aunque no se produjo un retorno de la derecha, el régimen de Daniel Ortega se distanció en mucho de los ideales sociales propagados por la teología de la liberación y se encuentra en la posición decadente de todos los regímenes de este tipo: lucha para mantenerse en el poder a toda costa. En este nuevo escenario político y social, la teología de la liberación perdió espacio y tiene que enfrentarse a un adversario muy diferente al del que tenía enfrente en las décadas de 1960 y 1970. De cierta manera, el debilitamiento de la influencia de la izquierda en el juego político latinoamericano significó también el debilitamiento de la influencia de la teología de la liberación.
Conforme a este nuevo contexto, la teología de la liberación ya no es la amenaza de las décadas anteriores y el pasado de Cardenal se presenta como algo de valor histórico que, desgraciadamente, ya no puede actualizarse políticamente en el momento actual. Poner fin a su suspensión ahora puede ser visto como conveniente, pues se concede como una “benevolencia” totalmente inocua.
El segundo punto, sin embargo, es aún más emblemático. Los términos elegidos por la Nunciatura Apostólica en su comunicado siguen el patrón de todo discurso jurídico. Los dos párrafos que lo componen el Comunicado de la Nunciatura Apostólica son sucintos y están llenos de significado. El primer párrafo pone en claro la cuestión jerárquica: y aclara que, aunque hubo una petición por parte del propio Cardenal, fue el Papa Francisco quien “ha concedido con benevolencia la absolución de todas las censuras canónicas impuestas” al padre nicaragüense.
El segundo párrafo trata de fundamentar la decisión tomada. Primero, se deja en claro que la suspensión en el ejercicio del ministerio ocurrió debido a “la militancia política” de Cardenal. El hecho de que el Comunicado no explicite cuál es la especificidad de tal “militancia política” demuestra el juego de sombras operado por la decisión. Al operar en el ámbito de la generalidad, el Comunicado produce una falsa disociación entre la idea de “militancia política” y la práctica de la propia Iglesia Católica. Lo que allí se expresa es que la Iglesia Católica no tendría ninguna forma de militancia política, cuando en verdad lo que está implícito es que ciertas militancias políticas no son aceptadas, mientras que otras son perfectamente coherentes con la doctrina católica. Y esto viene de un Papa que continuamente se pronuncia en el límite entre lo político y lo eclesiástico.
El punto crucial, sin embargo, es lo que sigue: si Cardenal fue suspendido por su “militancia política,” entonces la razón por la que se pone fin a la suspensión sólo puede ser el cese en esa militancia. Y esto es precisamente lo que afirma el Comunicado en su última frase, cuando fundamenta que el levantamiento de la suspensión ocurre porque Cardenal supuestamente habría “abandonado desde muchos años todo compromiso político.” Una vez más, lo que está implícito aquí es que Cardenal supuestamente habría abandonado todo “compromiso político” contrario a la doctrina y a la ideología católica.
La pregunta que debería hacerse sobre las razones de tal fundamentación es muy simple: ¿se corresponden con a la realidad concreta? O en otras palabras: ¿Cardenal efectivamente abandonó todo compromiso político en el sentido de haber dado la espalda al ideal de la teología de la liberación? La respuesta no podría ser más directa: ¡no!
Es un hecho que Cardenal ha criticado a Daniel Ortega y al régimen que encabeza hoy, tan alejado de los ideales de la revolución sandinista. Pero esto no significa que haya abandonado su compromiso político. Significa, por el contrario, que ha mantenido su compromiso, pues la teología de la liberación no predicaba la sustitución de dictaduras de derecha por el establecimiento de dictaduras de izquierda, sino que pregonaba la sustitución de las dictaduras por una auténtica democracia. Los sectores más conservadores de la Iglesia Católica percibieron con razón que Cardenal nunca abandonó sus convicciones políticas y sus ideales sociales, y por ello han criticado el levantamiento de la suspensión.
Pero entonces, ¿qué significa fundamentar el término de la suspensión con tal argumento? Muy puntualmente: significa realizar contra Ernesto Cardenal una violencia simbólica. Significa realizar contra la teología de la liberación una violencia simbólica. Significa realizar contra todos los movimientos sociales una violencia simbólica. Al afirmar que Cardenal puede ser “readmitido al ejercicio del ministerio presbiteral” bajo estos términos, lo que hace el Comunicado es invalidar y aniquilar tanto la historia de militancia política del padre nicaragüense como la vigencia de sus ideales. Lo que viene como una absolución es, en verdad, la más profunda violencia que podría realizarse contra Cardenal. No se trata sólo de absolverlo ignorando su propia posición, sino que se trata de subsumirlo completamente en las determinaciones de la propia Iglesia Católica, aniquilando así el pasado de Cardenal y todo lo que su militancia representa.
Si las izquierdas -vinculadas o no con la teología de la liberación y la Iglesia Católica- celebran el Comunicado de la Nunciatura Apostólica sin percibir este punto crucial, entonces han perdido todo lo que les ha sido legado por los sacrificios y esfuerzos de la teología de la liberación. Si por ingenuidad o por una distorsionada decisión pragmática, las izquierdas no perciben las consecuencias de lo que se expresa en el comunicado de la Nunciatura Apostólica, entonces están reforzando una violencia simbólica que también se comete en contra de ellas mismas. Si son incapaces de comprender la realidad política en que se encuentran y de mirar con sospechas a un documento jurídico-político como es el Comunicado de la Nunciatura Apostólica en Nicaragua, las izquierdas parecen haber perdido toda razón de existir.
Y aunque se pueda argumentar que el Papa Francisco y sus acólitos habrían optado por estos términos justamente porque necesitaban encontrar una justificación que no despertara la reacción encolerizada de los sectores conservadores ni ofendiera la memoria del hoy Santo Juan Pablo II, esto no tiene ningún valor cuando se consideran los efectos y las consecuencias del Comunicado. Los sectores conservadores se manifestaron exactamente como se esperaba y, al final, el resultado es el de una profunda violencia simbólica. Además, de nada vale conjeturar fantasiosamente cuando algo se está manifestando de manera tan concreta. Ernesto Cardenal, un importante militante político de 94 años, ha sido violentado con la connivencia de las izquierdas que él ayudó a crear. Y esta violencia no podría haber venido en un momento más crítico.
Foto 1: Vatican News
Foto 2: La Prensa